D’Artagnan y el Consistorio: experimentación poética en Uruguay

por Ana Molinero Fuentes

«Todo periódico, al salir a luz, se traza un programa, rojo o blanco. Es combatiente o es expositivo. Levanta la bandera punzó o rehuye toda idea que no sea tranquila, todo concepto que no equilibre. Nuestro programa es simplemente de exposición. Abrimos estas columnas a los que en el Salto meditan, analizan, imaginan, y escriben esas meditaciones, esos análisis, esas imágenes. […] Porque una columna de sanas reflexiones es más provechosa que cien páginas inéditas.» (11 de septiembre de 1899, Revista del Salto).

Cuando Horacio Quiroga tiene que comenzar su carrera de “algo”, lo único que interesaba a aquel uruguayo era la mecánica y el ciclismo.  Por una pasión momentánea empezó a afilar su profesión: en 1897 publicará en la revista La Reforma bajo anonimato su primer texto “Para los ciclistas. De Salto a Paysandú”.

En las mismas fechas en las que el joven Horacio Quiroga empieza a hacer sus primeros escritos, intercambiará poemas con su buen amigo Brignole, junto con el cual fundará, homenajeando a Dumas, su primer grupo literario “Los Mosqueteros”. No estaban solos, también les acompañaron Jaureche y Hasda, quedando estos dos junto a Brignole como Portos, Athos y Aramis, dejando el lugar del gascón a Quiroga. 

La travesía como literato había comenzado, más como pasatiempo en el que ocupar la ociosidad de sus días, que le llevará a publicar en 1898 en revistas como Gil Blas o la Revista Social, todas ellas firmadas bajo el nombre de Guillermo Eynhardt.

El cambio de mentalidad no tardó en alcanzarle (¿podríamos llamarlo madurez?), y un año después lo que no era más que un pasatiempo y entretenimiento con su grupo de amigos, se convertirá en su profesión hasta el día de su muerte. 1899 es el momento en el que funda la Revista del Salto: semanario de literatura y ciencias sociales, en la que escriben grandes literatos de la época y amigos de Quiroga como Delgado, Saldaña, Forteza o el grupo de los mosqueteros, entre muchos otros, acompañados por textos de autores ya consagrados como Victor Hugo o Gustavo Adolfo Bécquer.

A pesar de la gran calidad literaria de la revista, cuyo principal colaborador era Horacio Quiroga con poemas, cuentos, ensayos y otros textos, la revista morirá a los 6 meses debido a las pocas ventas. Podríamos buscar causas subyacentes, por ejemplo, en el carácter experimental de algunas de las publicaciones, que contrariaron a los críticos de la época que sólo en el futuro admirarán los cuentos de Quiroga. O quizá debido a la alta intensidad literaria que no acabó de conectar con el público de clase media y burguesa uruguaya. El poema que sigue, publicado por Horacio Quiroga en la revista, es un ejemplo de ello: 

L- L-
A la forma inmortal. Las hondas curvas
Del cerebro comprimen un abismo.
Hay estrofas revueltas en su fondo
Y un monstruo: la palabra, que es el ritmo.
 
Lucha sin paz ni gloria ni caída
Cuyo estigma se graba en el delirio.
El pensamiento arrastra como túnica
Todos los cienos de su origen; lirios
Manchados por las heces de un perfume
Que han desflorado los pasados siglos, 
Y cuyas hojas de gastada esencia
El cansancio salpica de fastidior.
 
Tras la pura intención, el vil pecado;
Tras las ansias de luz, el atavismo;
Y el origen sin forma de la célula
Salta audaz á la forma del camino.
¿Y el amor? Secreciones bondadosas.
En el fondo de histéricos idilios
Hay una gota amarga de fosfato
Que acusa la impureza de los filtros.
La misma vibración graba en los nervios
La altivez de un incesto ó de un martirio;
La misma crispación pone en las celdas
El germen de una infamia ó de un castigo.
 
La novedad robando viejas túnicas
Infarta la ilusión de un nuevo ritmo,
Y anuncia la infección de viles células
Que emponzoña el endémico atavismo.
La palabra gotea por sus letras
El color impotente de su símbolo—
—Aurora sin canción y sin Oriente,
Madrugada, sin sangre, de los tísicos.

Horacio Quiroga decidió marchar en el año 1900 a París para disfrutar de la Exposición Universal que se desarrolló en la capital francesa, y empaparse del clima literario y artístico que empezaba a despuntar en el viejo continente. La vuelta a Uruguay nos trae al Quiroga escritor, decidido a dejar su firma en la historia de la literatura latinoamericana. Reunió de nuevo al grupo, al que incorporó a Federico Ferrando, y lo rebautizó con el nombre de el Consistorio del Gay Saber. Poetizaron y fabularon sobre lo cotidiano, creando en la sociedad montevideana de la época un laboratorio poético y moral, donde la elaboración literaria era más compleja. Había surgido una nueva generación de jóvenes poetas, escritores y cuentistas, y en ella despuntaba un Quiroga ya preparado para afrontar Los arrecifes de coral

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